A mediados de septiembre me da un día la cabezonería y me voy a un río cercano a casa a buscar martines animado por un compañero que me asegura que son muy comúnes y facilones.
Hablo con el guarda del coto que es un gran naturalísta y me confirma que no hay muchos pero que alguno queda. ¡Hay que buscar, alguno quedará digo yo....!
Tras hablar un rato con el guarda, me animo a buscar y compruebo que el cauce caudaloso del río ha quedado relegado a unas pocas pozas de aguas casi en descomposición y tan solo un par de ellas conservan un aspecto aceptable al recibir el minimalísta aporte de un manantial que resiste a la pertinaz sequía.
Viendo las posibilidades de una de las pozas, decido esconderme entre unas eneas tapado por una mosquitera, esperar a ver si hay suerte y el lugar es frecuentado por algún martín.
El tiempo va pasando mientras me entretengo viendo a un visón americano capturando pequeños cangrejos americanos y cuando el sol comienza a hacer la espera un tanto incómoda, observo el paso veloz de una colorido martín pescador que se posa a pocos metros de mí en una rama seca de fresno.
Estube observando varios lances del martín que capturaba gambusias con una facilidad espectacular.
Esa misma tarde fuí a montar el hide e insatalar un posadero para probar suerte al día siguiente y la verdad es que el martín (resultó ser una hembra), se portó de maravilla tomando mi posadero a la primera y dejandome fotografiarlo a capricho.
