Este invierno he utilizado un hide de pequeñas dimensiones y rapidísimo desmontaje para retirarlo del lugar cada vez que finalizaba mis sesiones a última hora de la tarde tal como se indica en la mayoría de los permisos fotográficos que se otorgan actualmente. Es bastante sacrificado pero tiene las ventajas de no dejar "huellas" y evita que cualquier desaprensivo pueda romperlo o robarlo.
El lugar donde tomo las imágenes que os muestro está bastante retirado y este invierno cuando nevó,
resultó bastante complicado acceder por las dificultades propias de un camino que discurre por un terreno roto y con pendientes pronunciadas.
Levantarse a las 4:00am para llegar al campo completamente a oscuras, portar el pesado equipo y hacer esperas de más de 10 horas a temperaturas por debajo de los 10º, son parte de las penurias que debo aguantar para conseguir un puñado de imagenes.
Lejos de convertir aquél inospito lugar en una atracción de circo, trabajo mis reales en soledad con toda la dureza que ello conlleva y eludo dar información y mostrar cualquier imagen que pueda dar pistas del lugar donde trabajo e intimo con esta bella pareja de reales cuya vida transcurre con la mayor de las tranquilidades. Creo que en este último año de trabajo, he aprendido mucho de mis queridas águilas y si hay algo importante en ésta vida de fotógrafo de naturaleza es el respeto y la discrección.
Ahora en primavera mientras mis bestias pardas sacan adelante un precioso pollo que parece un peluchín, ordeno el archivo conseguido durante las sesiones realizadas éste invierno. Han sido cientos de imágenes pero solo unas pocas con ese algo que las hace destacables y es que el fuerte viento que suele hacer en lo alto de la serranía, no deja posar con comodidad a las águilas y no suelen permanecer mucho tiempo frente a mí y siempre con esa pose forzada para estabilizar su cuerpo frente al vendabal reinante. El 80% de los días que he subido allí con ellas, había un viento muy desagradable.
Igualmente curioso me resulta la desconfiada actitud de los córvidos que dudan muy mucho de posarse por las cercanías; es como si supieran que el fuerte viento y la la lejanía de los árboles las hace muy vulnerables ante un ataque inesperado de las águilas reales.De hecho son los córvidos los que me alertan de la llegada de las águilas porque graznan con verdadera desazón.
Cuando consigues ganarte la confianza de una rapaz tan recelosa y desconfiada como el águila real, vas conociendo poco a poco pautas y conductas que te resultan impresionantes y que embriagan los sentidos de un consumado amante de las rapaces como yo me considero.
Al final veo que me engancho de tal modo que terminaré dedicando buena parte de mi vida a ellas tal como hizo la biologa Dian Fossey con sus queridos gorilas.
El macho posa tranquilo tras la fuerte nevada caida duarnte el día anterior.
Luz de atardecer a contraluz y ambiente nevado: el climax en un fotógrafo de rapaces....
Suspendido en el abismo como una cometa, el macho flota en el aire mientras escudriña su territorio.
Algo incomodó al macho cuando adoptó ésta postura y permaneció inmóvil durante un buen rato.
El macho en su percha mostrando el dorso y dedicando una mirada para dejar el retrato perfecto.
La nieve del suelo rebota la luz del sol y rellena las molestas sombras que hace el sol a medio día.
La hembra: preciosa, enorme, poderosa y mucho más desconfiada que el macho.
Las manitas de la hembra van acordes al tamaño de su cuerpo y ello le facilita cazar presas de mayor porte frente a las que puede cazar el macho.
El viejo macho portando una urraca. No todo son conejos y perdices en la dieta de las reales....